* * * Capítulo 6 * * *

El principio biótico

Cuando intentamos reconstruir el pasado, sea del Universo o de la Tierra, irremediablemente lo hacemos a nuestra medida. No se trata de que inventamos un pasado imaginario, pero su recreación se basa en observaciones inevitablemente impregnadas de antropomorfismo.
Las condiciones del universo son únicas e irrepetibles en cada momento de su historia, lo cual se reflejaría en la historia de la evolución de la vida en la Tierra. ¿Existió un universo prebiótico hace 5000 ma. en condiciones totalmente distintas a las que hoy podemos observar? Las condiciones universales de hoy, además, influyen decisivamente en nuestra percepción del pasado.
En Paradoja Perdida de Fredric Brown, uno de sus personajes, evocando el mundo del Jurásico dice:  “Si la materia es un concepto de la mente y los saurios no tenían cerebro, ¿cómo pudieron tener un mundo en el que vivir, salvo que nosotros lo pensamos para ellos después?”
         Tal vez los seres humanos sin darnos cabal cuenta de nuestro papel en el universo (seguramente compartido por otras inteligencias autoconscientes) estamos creando, a través de nuestra percepción, el tiempo, y por ende una nueva dimensión para el Universo.
Es como si al indagar en las distintas escalas del pasado (historia personal, de la civilización, de la especie, de la vida, del planeta y finalmente la historia del cosmos), por primera vez el tiempo es una dimensión real que “despierta” en la trama misma del universo, la enriquece y la modifica para siempre.
“Jamás se ha dado razón alguna de porqué ciertas constantes y condiciones iniciales [del universo] tienen los valores que tienen, excepto la de que, de no ser así, algo como nuestra capacidad de observadores, sería imposible” (John Wheeler, El Principio Antrópico, Revista Inv. y Ciencia, febrero 1982).
         Si la gravedad no tuviese precisamente la intensidad que tiene no estaríamos aquí para indagar que, a mayor intensidad los planetas se convertirían en estrellas y si fuese menor no se habrían formado más elementos que el hidrógeno o el helio y no existirían las galaxias.
“Lo que podemos esperar observar debe estar restringido por las condiciones necesarias para nuestra presencia como observadores”, ha dicho Brandon Carter    (en Timothy Ferris, Informe sobre el Universo, 1999).
         Si a cualquier forma de vida le asignáramos la categoría de “observador” podríamos elaborar un principio biótico y considerar que el mundo del pasado se podría concebir de acuerdo a la capacidad perceptual del sistema nervioso más evolucionado de la vida en ese momento del tiempo.
Lamentablemente “la biología moderna está fundada sobre la idea de que la naturaleza no posee ni inteligencia ni objetivo y que no está animada por ningún tipo de espíritu”. La conciencia podría estar constituida por la emisión de biofotones del ADN, este a su vez es la base orgánica tanto de nuestro cerebro como del resto de la biósfera, “el ADN podría [así] ser considerado como una fuente de información a la vez interna y externa” 
(Jeremy Narby, La Serpiente Cósmica)
La mecánica cuántica nos ha obligado a sopesar la validez de la idea según la cual la vida y la capacidad de observación sean meros accidentes en un universo independiente de los observadores y tomar en serio de que tan esencial es el observador para la creación del universo como lo es el universo para la existencia de los observadores.
Esto se debe a que en física cuántica las partículas son también ondas y pueden saltar de un lugar a otro sin atravesar el espacio interpuesto. El punto importante es que un sistema no tiene un estado definido hasta que es observado. En su lugar existe un estado superpuesto caracterizado completamente por las probabilidades de su función de onda.
Por ejemplo, una partícula se desintegra en dos, X e Y cuyos espines sumados deben dar 0; si mido el espín de X y este es –1, puedo saber que Y tiene espín +1 aunque esté alejada un año luz de X. La única forma de que Y “sepa” que la observación de X se ha resuelto en espín –1 sería que algún tipo de señal se propagase instantáneamente a través de un año luz de espacio, violando la relatividad. El potencial cuántico actuaría simultáneamente sobre las partículas enviando señales a mayor velocidad que la de la luz. Decir que observar una partícula aquí influye instantáneamente en su partícula gemela allí es afirmar que las partículas subatómicas se comportan de forma no local.
     En un experimento ideado por el físco irlandés J. S. Bell quedó postulado que la naturaleza es en cierto sentido no local. A raíz de esto David Peat comentó: “La elección que tenemos es abandonar toda esperanza de conocer la naturaleza de la realidad cuántica o aceptar un universo no local”.
     Pareciera que vivimos en un universo que presenta dos aspectos complementarios, uno obedece a la localidad, es grande, viejo y en expansión, el otro es no local, está construido sobre formas de espacio y de tiempo que no nos son familiares y está interconectado en todas partes.
Afirmar que el universo está profundamente interconectado es hacerse eco de lo que la mística ha estado diciendo durante miles de años. (Timothy Ferris, Informe sobre el Universo, 1999)
         (Aquí cabe recomendar al lector la lectura de El Tao de la Física, de Fritjof Capra).
También la mística y los mitos de pueblos muy antiguos afirmaban que la Tierra es un ser vivo, la Diosa Madre sostenedora de toda la vida.
James Lovelock ha desarrollado una teoría con fundamento científico que demostraría que el planeta Tierra en su conjunto se comporta como un organismo autorregulado. El problema es definir dónde está la frontera entre lo vivo y lo que no lo está.
     “Todo intento por entender qué es la vida debe tener en cuenta la segunda ley de la Termodinámica, aunque químicos y biólogos no la toman en cuenta como punto de partida para explicar la vida.
La primera ley de la termodinámica habla de que la energía siempre se conserva, es decir la suma total de la dispersión de la energía permanece constante. La segunda ley nos dice que cuando el calor se transforma en trabajo siempre se desperdicia algo, la energía no puede recuperarse una vez usada. Su cantidad es la misma pero en su redistribución ha aumentado el desorden, esto es la entropía.
La entropía muestra la propiedad más auténtica de nuestro universo: su tendencia a declinar, es decir la redistribución de la cantidad total de energía se mueve pendiente abajo, por eso los objetos calientes se enfrían aunque los fríos no se calientan espontáneamente y el agua no fluye del mar a la montaña. Sin este declive general el Sol nunca hubiera proporcionado la luz que nos permite existir.
 Sin embargo la propiedad más sorprendente de la vida es su capacidad de desplazarse en contra de este declive de la redistribución de la energía: en lugar de desplazarse hacia el equilibrio químico, remonta el flujo del tiempo y contradice la segunda ley porque evoluciona hacia una mayor complejidad y se caracteriza por una improbabilidad omnipresente.
Cuanto menos probable es una cosa menor es su entropía. La vida es generadora de negentropía, esto es un estado inestable, improbable e ilegal que sin embargo ha podido persistir en la Tierra durante una fracción notable de la edad del universo.
Por el hecho de vivir, un organismo genera entropía a través de sus límites evitando de manera milagrosa e improbable pero lícita, la segunda ley del universo” (James Lovelock, Las Edades de Gaia, pp. 32-39).
     La vida es un gran misterio y está ligada íntimamente a todo lo que existe en el universo, también “profundamente interconectada” entre sí y con el cosmos, y su aspecto más intrigante es su progresiva evolución según la siguiente ley: a mayor complejidad, mayor desarrollo de los sistemas nerviosos y por consiguiente mayor grado de consciencia.
“El hombre ha descubierto que su propio ser no es otra cosa que la Evolución convertida en consciente de sí misma”, según palabras de Julian Huxley citadas por P. Teilhard en El Fenómeno Humano, donde también podemos leer: “Aquello que constituye y clasifica a un hombre como ‘moderno’ es el hecho de haber sido capaz de ser sensible a la percepción, no ya del Espacio, no ya del Tiempo, sino de la Duración, o lo que viene a ser lo mismo, del Espacio-Tiempo biológico, y como consecuencia el hallarse incapaz de percibir nada de otra manera diferente empezando por sí mismo” (Teilhard de Chardin, El Fenómeno Humano, Ed Orbis, 1984).
Los seres humanos hemos empezado a conocer el universo y no tenemos a nadie con quien discutirlo. Nuestros diálogos son monólogos, elucubraciones que inevitablemente están limitadas a nuestra perspectiva necesariamente humana.
Estamos conversando con un solo tipo de inteligencia, un solo tipo de vida y un solo universo observado, ¿cómo entonces vamos a hacer el cálculo de azar y necesidad para comprender cuáles de las leyes y constantes de la naturaleza son inevitables y juzgar si la vida y la inteligencia son centrales o periféricas al esquema cósmico? (Timothy Ferris, Informe sobre el Universo, 1999).
Nos encontramos ante la paradoja de que nuestra percepción participa en la creación del mundo mientras que el universo en su proceso evolutivo ha producido seres vivientes capaces de percibir y que de no existir la percepción, el mundo no tendría razón de ser, por lo tanto la vida y la conciencia son fundamentales en la existencia del universo.

INDICE
Introducción
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Desantropomorfizándonos
Despedida

Contacte con el autor: eduardomarcuzzi@yahoo.com.ar




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